martes, 17 de noviembre de 2009

Romanza para dos Diosas Griegas

Encontré en la red este maravilloso escrito. De una u otra forma me sentí identificada no sólo por mi nombre.
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Romanza para dos Diosas Griegas
por Charles Champ d'Hiers

Venus emergiendo de las aguas
Venus gloriosa, todo mármol y fina caoba, emergiendo de la profundidad absoluta de su bañera. Venus volviendo a la vida mientras todos los demás duermen. Fuente de piedra viva y latente engastada por mil perlas de agua renuente a abandonar su anatomía. Lagrimas de rocío que lamen cada poro de tu piel antes de separarse, divina, de ti.

Venus frente al espejo.

Venus decidida. Sabe lo que quiere hacer, pero tiembla pensando en ello.

¿Por qué Venus?. ¿Acaso no eres feliz?. ¿Acaso no tienes todo lo que podrías desear?.

No. No contestes. No pienses siquiera. Solo ira al espejo. Solo mírate al espejo.

Mira tu blanco cuerpo. Mira tus finos tobillos, tus largas y suaves piernas, tus caderas, tu cintura, tus firmes pechos, tus pequeños pezones, tu dulce anatomía tallada semana tras semana insumisa a pagar el impuesto que la maternidad se debía haber cobrado sobre ella, tributaria fiel a los deseos de tu esposo. Mira tu cara, mírala enmarcada entre tus rojos cabellos mojados, mira tus verdes ojos, tu fina nariz, tus sabrosos y sensuales labios rojos, mira tus finos pómulos. Mírate. Mírate y dime si aún no es belleza lo único que refleja tu espejo.

Venus gloriosa.

Una fina camisa de lino blanca, una falda que oculte lo justo para no ocultar nada, ceñida, pegada. Una chaqueta larga, capa de pudor para ser quitada cuando quieras entrar a matar. Nada más. Para lo que te propones, más sería demasiado.

Venus madre, Venus amante.

Sus respiraciones sincronizadas retumban en tu mente como los gritos de cien conciencias. Pero no puedes detenerte. No ahora. Un beso a cada uno. Un beso de amor de madre.

Su profunda respiración, confiada, tranquila aún es más dura de soportar.

¿Por qué, Venus?. No escuches. Bésale. Bésale y sal.

Venus Diana

Venus es Diana, la caza te espera.

La noche se retira. ¿Acaso tiene miedo de ver lo que va a suceder?. No importa. Nada importa. Solo tú.

Las calles vacías parecen ser despertadas por el sonido de tus tacones.

Tus tacones anunciando el domingo, la mañana, el nuevo día. Tus tacones, banda sonora de tu perdición.

Diana cazadora.

Madrid despierta a los píes de su héroe de Cascorro. Una cuerda a la cintura, una lata de gasolina y un fusil, poco equipaje para viajar al otro mundo. Claro que menos llevas tú. ¿Ya has fijado tus verdes ojos en alguna víctima, cazadora insaciable?. Mira, calcula, saborea cada imagen que a tus esmeraldas llega.

Tensa el arco cargado de dulce hiel, apunta a la víctima escogida y dispara. Una sonrisa. Un segundo. ¡Ya está!.

Camina entre la gente que comienza a agolparse frente a los tenderetes, él te sigue. Gira por esta esquina. ¿Has podido ver si te sigue?. Sí, te sigue.

No disimula, sabe lo que quiere.

Corre calle arriba, acelera el paso. Este portal está bien, entra. Entra y espera.

Ya llega, ya suenan sus pasos. Duda. Mira. Entra.

Diana caníbal.

Míralo. No es mal premio. Alto, moreno, de talle elegante y viril. Gitano, moruno, madrileño como pocos quedan ya.

Carga de nuevo el arco, lanza tu tiro de gracia a bocajarro sobre su ancho pecho. Deja caer tu chaqueta sobre tus pies, deja que sea tu cuerpo lo único que ilumine las penumbras de ese portal. Mira sus ojos sedientos. Ha caído.

Un paso hacia él, un dedo sobre su boca, que no diga nada. Es tuyo.

Y tu dedo se posó sobre sus cálidos labios, y él comprendió. Comprendió y calló. Calló y comenzó a lamer tu dedo, a besarlo, a acariciarlo con sus labios y la punta de su lengua mientras tú olvidabas quien eres, que eres.

Diana puro fuego. Diana entregada al placer de otro. Sus manos pasando por tu cintura y atrayéndote a su duro cuerpo. Empujándote hacia él. Y tus senos contra su pecho, y tus pezones cada vez más duros, y sus manos acariciando tus nalgas mientras su boca comienza a explorar la tuya.

Cierras los ojos y sientes. Sientes como su lengua se mete en tu boca, como su aliento se funde con el tuyo. Sus manos entre tus manos entre tus muslos ya.

Te separas un poco de su cara y comienzas a dejarte caer lentamente hacia el frío suelo hasta que lo notas bajo tus rodillas. Frente a su cintura tu boca, frente a su pene una cremallera que parece fundirse entre tus manos.

Quema cuando entre en tu boca. Esta dura, viva, palpitante entre tus labios.

Mientras sus dedos acarician tu pelo y sus jadeos tus oídos.

Quiere parar, pero tú no. Te aferras a su culo, agarrándolo con fuerza mientras aprietas con suavidad con tus labios para alcanzar antes lo que te has propuesto.

Un jadeo anuncia lo que tu boca ya ha sentido inundada en su calor. Bebes con placer el fruto de tu maldad. Sus dedos se erizan entre tus pelos mientras él se vacía en ti.

No le miras mientras te levantas, tan solo te das la vuelta sobre tus tobillos, fijas tus manos en la barandilla de la escalera y abres lo justo las piernas como para saber que el sabrá lo que te propones.

Sus dedos suben tu falda hacia la cintura dejando libre el camino. A ellos les sigue su lengua, abriendo tu naturaleza a su paladar. El fuego llega desde tu clítoris a todo tu ser. Agua y fuego se mezclan en cada poro de tu cuerpo mientras los espasmos de tu primer y repentino orgasmo os sorprenden a los dos.

A su lengua le sigue su pene, duro de nuevo, que penetra dentro de ti como una piedra al rojo vivo, haciéndote sentir un placer inmoral.

No duran mucho sus envites, ni tú ni él los necesitáis para sentir como vuestros cuerpos se hacen uno solo. El placer no se puede medir, tan solo vuestros jadeos os indican que el éxtasis del otro no es menor que el vuestro.

Luego la calma y el silencio. Sientes como sale de ti. Sientes como se aleja de ti, dejándote sola, inmóvil, degustando, libando cada sensación de placer que aún golpea tu ser.

Te arreglas.

Sales.

Vuelves a casa.

Diana saciada.

Venus saciada.

Charles Champ d'Hiers

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